Diario de Viaje - Día 7 – Purmamarca. El mejor locro de la Quebrada



Llegamos a Purmamarca alrededor del mediodía con el dato de un hostel. Se llamaba “7 colores” y quedaba sobre la ruta 52, a orillas del río Tumbaya. Muy bien ubicado, de precio accesible, limpio y tranquilo. Allí nos atendió Jesica, una jujeña que había vivido en Salta y en Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia. Estaba en Purma trabajando en el hostel hasta después del carnaval y nos contó un poco acerca de Bolivia y el mal trago que supone viajar a La Paz si no se hacen escalas previas para ir adecuándose a la altura. Diego, el encargado del lugar, también era una persona muy macanuda con la que charlamos un poco y quien nos comentó que ya no hay tierras para comprar en el pueblo “hasta Tinelli y Susana compraron terrenos acá”.

El hostel "7 colores" y una de las callecitas de Purma

Una vez ubicados nos acercamos al pueblo porque queríamos hacer la excursión a las Salinas Grandes. Fuimos en un auto junto a otra pareja, el chofer era Lorena, una estudiante de turismo de Jujuy que había ido a trabajar a Purma como remisera. El viaje dura aproximadamente 3 hs. Te llevan hasta las salinas, te esperan una hora para que recorras y conozcas el lugar y luego se emprende el viaje de regreso. El viaje nuestro venía con el plus de tener al volante a una futura Licenciada en Turismo. Esto nos enriqueció el paseo. El recorrido se hace por la Ruta Nacional 52 subiendo la Cuesta de Lipán y atravesando paisajes maravillosos. El ascenso por la cuesta llega a los 4170 msnm en el Abra de Potrerillos. La ruta está totalmente asfaltada y es el camino que conecta con Chile en el Paso internacional de Jama. Por esta razón es muy frecuente ver camiones de cargas yendo y viniendo. Antiguamente, ese camino era de tierra y se denominaba Ruta Provincial 16, en 1976 pasó a jurisdicción nacional recibiendo el nombre actual. En el año 2000 comenzaron los trabajos de pavimentación y el 29 de septiembre de 2005 quedó oficialmente inaugurada.

Cuesta de Lipán y Abra de Potrerillos
Lorena nos describió dónde se encontraban algunos pueblitos escondidos por allí. Paramos en un mirador desde donde se observa muy bien parte de la cuesta y luego en el punto más alto, en Potrerillos. Por primera vez vi algunas vicuñas que pastaban cerca pero salieron corriendo, son difíciles de ver esos animales, ya los voy a agarrar… Las Salinas Grandes es un lugar increíble. Es el mayor depósito de sal de mesa en lo que es el ambiente de Puna en Jujuy. Tiene una superficie de 220 km cuadrados y se encuentran emplazadas a 3500 msnm. Se formaron hace más de 1 millón y medio de años. Nos sacamos varias fotos y metimos nuestros pies en una de las piletas desde donde extraen la sal. Inmediatamente quedamos blancos. Los procesos de extracción de la sal son tres: 1) en panes, cortando las superficies, para uso en ganados. 2) por raspado mecánico, removiendo la superficie para ser utilizados en los ingenios azucareros y 3) por precipitación natural en piletas (donde metimos las patas) que luego es llevada a la mesa de los hogares.

En el ingreso al salar hay algunos puestos de artesanías que utilizan los panes de sales para realizarlas. Dicen algunos puesteros que lo ideal es barnizarlos para que no se derritan. Bueno, depende en parte del ambiente en el que uno vive ¿no? También hay un restaurant hecho con panes de sal que no funciona como tal, cuentan las leyendas que no pudieron habilitarlo porque se derretía. Vaya uno a saber si es verdad, la cuestión es que la estructura se mantiene allí perenne.

La inmensidad del salar y las patas en una de las piletas
Al regreso, Lorena sacó su equipo de mate y nos fuimos mateando. Nos contó que su abuela de 83 años vivía en un pueblito cercano a la ruta 52. Esta señora cocinó toda su vida utilizando brasas y cuando le regalaron una cocina como para “aliviarle” la vida no la quiso. También nos comentó que todo dolor, toda molestia corporal, se la cura con yuyos que crecen en los alrededores de manera silvestre. La Pachamama es sabia, no quedan dudas. Fue un viaje muy bueno, con la música del estilo de Los Tekis y la buena onda de Lorena a quien no olvidaremos.

Cuando volvimos al hostel teníamos compañeros de cuarto. Eran siete amigos varones que habían llegado procedentes de Buenos Aires, uno de ellos vivía en Mercedes, calculo que el resto también viviría por ahí cerca. También llegaron cuatro chicas que estaban en otro cuarto y como eran más o menos de la misma edad pegaron onda enseguida. Con Ani salimos a comer a la noche, buscando y buscando nos encontramos con el Doc oculista y su amigo una vez más. Estaban parando en otro hostel de Purma y buscaban la peña “Entre amigos”. No fue difícil hallarla, uno camina 5 cuadras y cae en la cuenta que ya está fuera del pueblo. Así de chiquito es Purma. Lo pintoresco del lugar y la tranquilidad (a pesar del turismo constante) hacen que se convierta en uno de los lugares más agradables del mundo. Nos despedimos del Doc y anclamos en “El Rincón de Claudia Vilte”. El rincón es una peña donde sirven locro, como en tantas otras. Ani andaba con ganas de probarlo y yo no la iba a contradecir. ¿Qué puedo decir? Juro que fue el locro más rico que probé en mi vida, increíble. Casi lo devoré mientras lo acompañábamos, por supuesto, con una botellita de tinto cafayateño. En el escenario cantaban y tocaban instrumentos unos señores que casualmente (o no) se alojaban en “7 colores”. Uno de ellos era presentado como el mejor bandoneonista del norte, su nombre era Yayo Burgos.

Al volver al hostel había una revolución. Los chicos habían comprado harina y demás ingredientes y habían preparado, como podían y con lo que tenían, pizza a la parrilla. En la pared de la galería del hostel apareció un afiche con reglas de convivencia. Al parecer estaban preocupados que todas esas reglas pudieran romperse esa misma noche con el descontrol que habían organizado los muchachos y muchachas. Bueno, no pasó nada, solo un poco de harina por aquí y por allá, salsa de tomate dentro de un recipiente hecho con una botella de gaseosa mal cortada y una pizza sobrante que durmió toda la noche (junto con la salsa) en uno de los bancos de la galería.

El Cerro de los Siete Colores, deslumbrante y hermoso
En la mañana temprano, día 8 de nuestro viaje, apareció una gran lluvia. “Si cambia el viento para” vaticinó Diego, el encargado. Y sí, siempre que llovió paró…



Correción: Laura Beroldo (http://www.laura-exlibris.blogspot.com.ar) 
Fotos: El Cocoliche

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